lunes, 22 de julio de 2013

EL PRECIO DEL MAÑANA (IN TIME)


Año 2161: la humanidad ha sido modificada genéticamente para no envejecer. Durante los primeros 25 años de vida, se activa un reloj biológico que comenzará a correr durante esa edad por 1 año de vida. La humanidad dejará de envejecer, pero el tiempo funciona como moneda de cambio. No existe el dinero, pero sí el tiempo. Y tu reloj biológico lo tienes en el brazo izquierdo donde se dice cuánto tiempo te queda por consumir.


Esta premisa lleva al director y escritor Andrew Niccol, que ya tuvo problemas en el estreno acusado de plagio, a desarrollar una historia al más puro estilo Hollywood con una idea de lo más original.

Eso nos lleva a una especie de Bronx en la que la gente se pelea por 5 minutos de tiempo. Ahí entra el factor social: hay una diferencia entre los ricos, que poseen todo el tiempo y los pobres, que tienen que mendigar por un café varias horas de su tiempo. Además, se plantean créditos al 30%, subidas sin ningún control de los precios (entiéndase tiempo). Por ejemplo, la madre del protagonista, que no es otro que Justin Timberlake, muere al consumir su tiempo, puesto que tenía que coger un autobús que le costaba 2 horas de su tiempo.


También hay detalles, no muchos, que nos adivinan el siglo en el que está dirigida la obra. Sin embargo, esas localizaciones, esos escenarios que bien podrían ser los de un barrio de Nueva York o cualquier ciudad americana, esos coches al estilo del coche fantástico y esos guardianes del tiempo, una suerte de policías, al estilo Matrix, nos ayuda a inmiscuirnos en una película larga, algo tediosa y que no plantea un final espectacular, que es lo que nos hace falta.

Carreras durante toda la película, saltos de escena trepidantes, por otras escenas lentas, tediosas y aburridas es lo que nos vamos a encontrar. Nos encontraremos a Justin Timberlake haciendo de las suyas, como niño malo de Hollywood nos quiere mostrar, luciendo cuerpazo, pero con muy poca expresión facial y corporal, nada extraño.


La película la salva y creo que le da un cierto toque kitch la actriz Amanda Seyfried que ayuda a anclar la historia dándole cierto enfoque futurista, con expresión inexpresiva, fuerza interpretativa y un cierto toque de tonta niña rica que ayuda a encuadrar el personaje. Sin embargo, las interpretaciones hacen aguas por todas partes.

Son de esas películas que tienen buena idea, pero hacen aguas conforme la ves (véase el caso de La purga, de James de Monaco, 2013). A esta película le falta ritmo, es dura, abrupta como una maravillosa piedra preciosa que no ha sido tallada. Las tomas en muchas ocasiones obedecen a un contorsionismo raramente encuadrable en una pantalla. Insisto, una gran idea, pero una mala ejecución.


Esa idea de acabar siendo los niños malos de la película, en una suerte de Robin Hood en el siglo XXII o XXIII me hacen perder la paciencia. Son perseguidos por todos: desde la policía, pasando por una especie de ladrones del tiempo y finalizando por el todopoderoso padre de la protagonista, el señor Weiss, una suerte de megabanquero que arruina a la pobre gente con su tiempo (y con su vida). Si no repiten diez veces que roban lo ya robado, no me lo termino de creer. Quizá sea la frase que más repiten en la película, tantas como escenas de sexo entre los protagonistas interrumpidas por los malos o perseguidores.

Qué veremos: gente con 200 años que aparentan 25; de ese tipo de personas que a los 25 se les para el reloj biológico y como tienen edad más que suficiente pueden seguir viviendo. En esta película no vemos a nadie feo (no sé si por exigencias del guión o porque con Justin tenemos bastante). Y, mecanismos de la ciencia, tampoco vemos a nadie gordo: inexplicable pero cierto, como el tiempo corre y tenemos que pagar todo lo que debemos, es obvio que no podemos estarnos quietos. Aquí no existen hipotecas, para qué: es más barato arruinar a la gente con alquileres y préstamos al 30%. En esta película no hay nadie viejo: que tiemblen los más veteranos de las pantallas, porque no podrán actuar en la segunda, tercera, cuarta, quinta parte (si es que las hay).


Justin Timberlake ha dado con su filón: la música; y le pediría que siguiera dedicándose a la música, porque incursiones al cine como ésta dejan en mal lugar a los actores norteamericanos. Me gusta su perfil en pantalla, pero lo veo tan plano que me duermo cuando llevo 30 minutos viendo la cinta, y mira que la idea es original y la protagonista, con ser rara, también me deja petrificado ante la pantalla. En mi justa opinión, a la cinta le sobra tiempo y le falta mayor ritmo (con una mejor distribución de la historia habría lucido más y ahora no sería de aquellas películas condenadas a estar criando polvo en tu mueble).







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