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viernes, 12 de septiembre de 2014

LOS AMANTES PASAJEROS

Un film de Almodóvar, de 2013, producido por El Deseo, con música de Alberto Iglesias, con producción de Agustín Almodóvar, con un elenco de lujo. Hasta ahí todo lo tiene en común con sus demás cintas. A partir de aquí, todo difiere: y no es que la película sea mala, es que no está a la altura de las demás.
Cuando nos enfrentamos a Almodóvar veremos unos títulos coloridos, unos diálogos ingeniosos a los que se le puede sacar más chicha de lo que parece, un elenco muy bien escogido, un guión surreal y situaciones que enrocan lo más negro del ser humano en situaciones que, a priori, nada tienen que ver con el mismo. Sin embargo, y de eso Almodóvar estaría muy informado, esta película no llega a otras que conquistaron al público internacional.







Película en la que casi todo ocurre en un avión. A diferencia de películas como La Ley del Deseo, 1986, en la que los personajes homosexuales sufren su condición, esta película trata el lado más frívolo del fenómeno homosexual, de tal modo que podemos explorar una normalización en la condición sexual. Obviamente, hasta cierto punto, La ley del deseo no tendría cabida en la sociedad actual y Los amantes pasajeros tampoco tendrían cabida en los años 80. 

  • CLICHÉS: Empezando por la compañía aérea, en la que podemos comprobar que existe un cúmulo de relaciones entre azafatos, piloto, sobrecargo, etc... y terminando por los pasajeros, tal y como se vive en el mundo almodovariano, donde sólo existen tipos fijos encarnados por un cúmulo de estrellas de la pantalla y de la televisión: el recién casado, encarnado por un flojo Miguel Ángel Silvestre, uno de los pilotos, encarnado por Hugo Silva, la vidente-virgen encarnada por Lola Dueñas o la actriz frustada convertida en dominatrix Cecilia Roth, nos introducen a un mundo de lo más almodovariano, en el que personajes marcados pugnan entre sí por unos minutos en la pantalla. 

  • HOMOSEXUALIDAD: Los tres sobrecargos del avión, que drogan al pasaje turista, estableciendo un paralelismo incomprensible entre los viajeros de primera clase y los de segunda: un lenguaje soez, una gesticulación que raya en lo incomprensible y unas actitudes y gestos que elevan al tono de locura la película que en muchos momentos sobra. No es que estemos en contra de la homosexualidad, pero tanto sobra. Los supuestos momentazos de la película se hallan inmersos en una locura transitoria, enagenada, descarnada que Almodóvar hila con maestría. Nos recuerda al Almodóvar que empezaba, en Pepi, Luci, Bom... (1980) o en Mujeres al Borde de un ataque de nervios (1988) pero que, en mi humilde opinión, ya está superado. A esta película debíamos calificarla como decía Truman Capote: "Soy un alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual. Soy un genio" 

  • LA HISTORIA: Un avión que va a México, que por los enredos de Antonio Banderas, encargado del mantenimiento y Penélope Cruz, encargada de las maletas, sufre un problema con una de las ruedas y está condenado a dar vueltas a la Mancha hasta conseguir una pista de aterrizaje. En esa situación, diversos tipos histriónicos, cada cual con su historia y su tragedia, se reúnen en primera clase de un avión ficticio en el que las azafatas son tres chicos que andan liados con el capitán y que se dedican a drogar al pasaje entreteniéndolo para que no piensen la posible tragedia que se les puede venir encima. Situaciones cómicas con un teléfono público, única forma de comunicarse con el exterior, que introduce la historia de cada uno de los pasajeros del avión. En fin, al final un agua de valencia envenenada con psicotrópicos termina haciéndoles mantener sexo. Hasta la virgen, viéndose en tal tesitura, va a la clase turista en la que todos están drogados y dormidos, para mantener sexo.

  • REPARTO CORAL: Nunca podremos decir que Almodóvar no tiene un reparto de lujo. Y es que no hay actor o actriz que pueda resistírsele. Empezando por los televisivos Miguel Ángel Silvestre y Hugo Silva, pasando por Carmen Machi, Lola Dueñas, Paz Vega, Blanca Suárez, Willy Toledo o el camaleónico Carlos Areces. Muchos de estos cameos ayudan a comprender la historia y, en definitiva, a introducirnos en un mundo que raya la locura, con Almodóvar capitaneando dicha historia. En muchas ocasiones pienso que Almodóvar quiere reírse de nosotros, pero veo estas películas y pienso en muchos de los puntos negros de nuestra vida, y entiendo la genialidad del director manchego. Es capaz de dar la vuelta a una historia desternillante consiguiendo lo que los antiguos griegos llamaban proyección: mientras que nosotros vemos una película como ésta, proyectamos nuestros miedos. Y eso lo consigue un buen reparto coral que apoya la tesis del director, consiguiendo también una buena promoción a la cinta.

  • ¿CHICAS? ALMODÓVAR. Me resulta peyorativo utilizar dicho cliché para referirse a aquellas actrices que trabajan a la orden de Almodóvar y que serían así como sus talismanes. En este caso, creo que habría que hablar de Cecilia Roth, que vuelve a ponerse a las órdenes del manchego, después de Pepi, Luci, Bom... y otras chicas del montón (1980) y Todo sobre mi madre (1999). Si utilizáramos el paralelismo para hablar de ella, recupera el lado más psicótico de la actriz y vuelve a hacerlo brillar como en 1980. Inolvidable la labor de peluquería y maquillaje, y ese primer plano magistral. Por otro lado, hablaré de Javier Cámara: quizá es el más creíble de la película, y en cuanto a labor actoral no podemos reseñar nada malo, sino más bien al contrario. Este descubrimiento en Hable con ella (2002), aunque también a las órdenes del manchego en La mala educación (2004), hace de engranaje entre varios actores que están a punto de echar al traste con la película. En ese difícil equilibrio, Javier Cámara está y salva el film.

  • LA MÚSICA. Alberto Iglesias vuelve a ponerse a las órdenes del director para equiparar la película con una música sacada del mejor Almodóvar. En ningún momento naufraga la BSO, sino más bien al contrario. Estructura, crea universos y ayuda a introducirse en el mundo irreal. Sus boleros, su entrada "Para Elisa" interpretado por los destellos, con ese grafismo propio de todas sus películas, es un descubrimiento a mi entender. Por supuesto, esa escenografía desternillante es lo mejor de la película: el "I'm so excited" de The pointer sisters ayuda a pasar uno de los momentos más divertidos de todo el film.

En fin, una película que pasará sin pena ni gloria en los anales de la filmografía del manchego; un vodevil de sentimientos, locuras, comedia, homosexualidad y surrealismo al que bien nos tiene acostumbrado. Almodóvar descafeinado, suave, con leche. La mejor oportunidad de ver una de las más graciosas coreografías la tenemos en el avión de Los Amantes Pasajeros. Por supuesto, Almodóvar sin una buena banda sonora original no sería él, y Alberto Iglesias hace una labor magistral. 



lunes, 15 de julio de 2013

LA LEY DEL DESEO

Película transgresora donde las haya, este film con el sello de Pedro Almodóvar, de 1986, y producido por El Deseo, se filmó en una época en la que la movida madrileña daba sus últimos coletazos y en la que una España que despertaba de la Transición no podía imaginar el cóctel que nuestro manchego universal preparaba.


Un jovencísimo Antonio Banderas protagoniza este film junto a Carmen Maura y Eusebio Poncela, los tres lados de ese asimétrico triángulo en el que nos sumergimos en una de las películas más plásticas de Almodóvar.

"La Ley del Deseo" se filma con un patrón muy interesante: la dualidad o simetría entre el deseo y el abandono. Toda la película gira entorno a esa idea. Lo realmente fascinante es que esta película nos recuerda a un Fasbinder elevado a la enésima expresión. Sin embargo, Almodóvar coge el testigo de este director alemán y lo traslada a una época actual, que adquiere mayor protagonismo conforme van pasando los años: la transexualidad, la homosexualidad, las drogas, la mofa y escarnio contra la religión (toda la película rezando, para terminar quemándose el altar), el tímido acercamiento a la descomposición de la familia tradicional tienen en este film renovadas y plásticas expresiones.


Desde el inicio, en esa escena cargada de erotismo y sexualidad, pasando por un desnudo masculino bien filmado, que no deja entrever a la imaginación, Almodóvar nos va trazando un camino de espinas en una relación claustrofóbica del protagonista, Pablo, interpretado magistralmente por Eusebio Poncela, junto con Antonio, Antonio Banderas.


El escritor-director de cine, acuciado por una vida frívola tiene su adlátere en Antonio, un chico de provincias obsesionado por su cine y por él mismo. No sólo no se le entrega, sino que su amor romántico, compulsivo, vengativo y en cierto modo almodovariano, le hace desembocar en la tragedia final, que ya desde el principio, con un interesante juego de música nos va anticipando.

Cuando desgranaba la idea principal de la película, estaba refiriéndome al abandono y al deseo en términos absolutos. Los personajes no actúan dejando nada a la imaginación. Desde Tina, interpretada grandiosamente por Carmen Maura, en lo que podríamos entender una personificación del abandono (primero por el cura, después por su padre, y en último caso por el mismo Antonio), pasando por el propio Pablo (abandonado por su amor Juan y posteriormente por Antonio, desembocando en una ruptura con el cine y la creación al deshacerse de la máquina de escribir).


Sin embargo, también existe el deseo, principal y irremediablemente determinado por los personajes protagonistas, desde la deliciosa escena de Carmen Maura regada por un señor, con su erótica carga, hasta el deseo de los propios protagonistas que determinarán su amargo final. El deseo está reproducido también por la madre de Antonio, sobre todo en la idea de sobreproteger a su hijo, en la idea freudiana más absoluta del término. Incluso entiendo el deseo como camino o medio para conseguir algo. Habría que entender el deseo en este film como lo entiende Marcel Proust, como "el deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir": no entendemos el porqué el personaje de Pablo termina por desear a Antonio después de todo lo que éste le ha hecho.


Aristóteles decía que "el deseo es la fuerza motriz", lo que entendemos a la perfección en esta película un tanto extremista. Como buen melodrama, tiene tintes trágicos, pero qué es la vida sin esos tintes trágicos. Quizá el menor dinamismo de la película lo vemos desde la introducción de cierto género de misterio o policíaco en el asunto. Obviaría las escenas de los inspectores porque tienden a distender el clima creado por Almodóvar.

Ahora bien, toda la obra gira sobre una plasticidad impactante; detalles me vienen a la memoria que no pueden dejarse escapar: la escena de la escritura de la carta de Pablo a Juan con la máquina de escribir, la muerte de Juan (con los tintes de escena de Lorca), los primeros planos de Carmen Maura con esa plastificación del maquillaje y esa sensación de deterioro, esa imagen de la Piedad, representada en las últimas escenas entre Pablo y Antonio, delante de un altar ardiendo...


Teatro y cine están retratados en esta película. Carmen Maura actúa siendo Pablo y Pablo actúa siendo Carmen Maura en muchas escenas. No sólo por ser hermanos, sino por beber el uno de la otra, y creando un clima inherente y magnífico. Dar rienda suelta a estos personajes es uno de los grandes aciertos de Almodóvar. Las escenas del teatro, con ese magnífico anclaje de sentido como es el uso de "Ne me quitte pas" nos ayuda a entender la escena del abandono teatral, que no es otro que el que siente Pablo en la vida real. Habría que entender, por tanto, que el cine y el teatro beben de sí mismos, como Carmen Maura de Eusebio Poncela, y también que el cine y el teatro beben del autor, de Almodóvar.


Hablando de anclajes de sentido, las magníficas canciones que salpican la película actúan de anclaje de sentido, desde las canciones que se escuchan en la discoteca -interpretadas por el mismo Almodóvar-, hasta los maravillosos boleros "Lo dudo", que encuadran y dan sentido al amor entre Antonio y Pablo, o el "déjame recordar" que aparece al final de la película.


Si hubiera que resumir en varias palabras: deseo y abandono salpican una plástica obra con múltiples sentidos que el universo almodovariano nos ofrece renovada y atemporal.